(ertyui1a, originalmente cargada por canyouseemysea).
A VVR
Debe ser difícil haber estudiado periodismo. No ser periodista, que es ya otra cosa, o quizás no, quizás es lo mismo. Yo no sé qué hubiera hecho si me hubiera visto forzado a trabajar como administrador público: hubiera vivido contradicciones que ahora sólo vivo superficialmente o a ratos. O bien, que no tomo en serio.
Si yo ejerciera como administrador público (o como cientista político, que es peor), me hubiera gustado que alguien como Marguerite Duras escribiera algo sobre ser administrador público. Quizás por eso voy a poner acá la cita que voy a poner acá. También lo hago como testimonio y como homenaje: testimonio de una época en que se podía decir esto del periodismo, aun cuando no se fuera periodista (y MD no lo era, era escritora y quizás haya sido la escritora, junto a Clarice Lispector), homenaje a los que aun siguen haciendo algo porque estas palabras tengan sentido:
No hay periodismo sin moral. Todo periodista es un moralista. Es absolutamente inevitable. Un periodista es alguien que mira el mundo y su funcionamiento, que lo vigila de muy cerca todos los días, que lo entrega para que se lo vea, que entrega al mundo y al acontecimiento para que se lo revise. Y no puede hacer ese trabajo y a la vez no juzgar lo que ve. Es imposible. Para decirlo de otra forma: la información objetiva es un error total. Es una mentira. No hay periodismo objetivo, no hay periodista objetivo. Me deshice de muchos prejuicios, y me parece que este es el principal: creer que la objetividad era posible cuando se relataba un acontecimiento.
Escribir para lo diarios es escribir al tiro. No esperar. La escritura debe estar afectada por esta impaciencia, por esta obligación de ir rápido y de descuidarla un poco. La idea del descuido con lo que se ha escrito no me molesta.
Mire, a veces hacía artículos para diarios. De tiempo en tiempo escribía afuera, cuando me sumergía en el afuera, cuando había cosas que me volvían loca, outside, en la calle – o cuando no tenía otra cosa mejor que hacer. Eso pasaba.
— Marguerite Duras, «Avant-propos», en Outside (Paris: P.O.L Éditeur, 1984), 7
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(Untitled, originalmente cargada por macarena bravo).
Yo no sé bien qué pasaría si La tarjeta postal de Derrida fuera tan popular como Fragmentos de un discurso amoroso de Barthes. Me imagino a adolescentes mandando cartas (o mails) llenas de citas a los envíos. Me gustaría.
Las traducciones que pongo acá son de Haydée Silva.
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¿A quién crees que le escriba? para mi eso resulta siempre más importante que saber qué se escribe
6 de junio de 1977
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Tengo tanto que decirte y todo tendrá que ajustarse a instantáneas de tarjeta postal ‐ y dividirse allí enseguida. Cartas por pedacitos, rotas de antemano, recortadas, vueltas a cortar y cotejar. Tanto que decirte, pero todo y nada, más que todo, menos que nada ‐ decirte es todo, y una tarjeta postal lo soporta perfectamente, no debe ser sino un soporte desnudo, decirte a ti, a ti sola, desnuda. Lo que mi imagen
La confesión imposible (a la que nos arriesgamos, la que el otro que llevamos dentro supo arrebatarnos mediante ese atroz chantaje de amor verdadero), me imagino que sólo puede ser hecha a los niños, para los niños, los únicos que no pueden soportarla (dentro de nosotros, claro está, pues a los niños “reales” puede también importarles un pito) y son por ende los únicos en merecerla. A un adulto puede confesársele todo, por consiguiente todo y nada
8 de junio de 1977
Y ellos creen que somos dos, anhelan a toda costa, sin saber contar, aferrarse a esa necedad. Dos, ni más ni menos. Te veo sonreír conmigo, dulce amor mío